jueves, 10 de octubre de 2013

Los huancavilcas: 2 .- El Viaje




Si te perdiste la primera parte pulsa aquí.


Después de aproximadamente un mes y medio de preparativos en el cuál los tripulantes sólo se dedicabana a entrenar y a construir balsas, la expedición Huancavilca zarpó hacia Oceanía el 27 de mayo de 1973.  Los 12 tripulantes se dividieron en tres balsas: Guayaquil fue capitaneada por Vital, Mooloolaba por Marc, y Aztlán por Jorge.  Junto con los hombres viajaban tres gatos:  Minó en la primera, Piké en la segunda y General en la tercera, en la cual también iba a bordo un mono.

Un día antes de abandonar la tierra, Jorge leyó “Relato de un náufrago” de Gabriel García Márquez, una de las primeras obras de García Márquez y por la que casi pierde la vida, un reportaje sobre un hombre la desesperación de un hombre a la deriva. Su esposa, Olga Sotelo, viajó desde México a despedirlo, ella temía quedarse sola para siempre a cargo de tres hijos.  Lo único que la consolaba era la aventura que su marido llevaba impresa en la mirada. 

Tras salir de Guayaquil, se dirigieron hacia las costas de las Islas Galápago, el hogar de las tortugas colosales; después a las Islas Cook, luego a Tonga y posteriormente, hacia el sur de Nueva Caledonia.

Desde el principio el viaje fue duro. Se encontraban frente a un mundo diferente al que nosotros en la tierra conocemos.  La mayoría de los días sólo veían azul en el océano  y más azul en el cielo, se hallaban entre las garras de ambos monstruos. Uno los atacaba con tormentas y otro con olas salvajes que inundaban las embarcaciones. El océano y el cielo son dos criaturas de alma infinita a quienes los hombres, sin importar la época siempre han temido, y por eso quienes salen airosos de sus garras siempre han sido considerados como héroes. 

LA DIETA DE LAS OLAS

La comida era un problema. Su alimentación sólo consistía en avena, café, papas, jugos enlatados y animales marinos que pescaban durante la travesía.  Así como algunos otros tripulantes, Jorge no comía, cada día se veía más débil y delgado, aunque la emoción que el mar le provocaba era de lo que se nutría. Cuando salió de México, tenía un peso cercano a los 110 kilogramos, el disminuyó a 85 antes su regreso.

El agua comenzó a escasear en poco tiempo, pues sólo llevaban la necesaria para unas pocas semanas. Cuando esto sucedió tuvieron que sobrevivir gracias al líquido dulce de las lluvias que atrapaban en cubetas, y para hacer frente a la deshidratación provocada por el clima, tenían que beber un poco de agua de mar todos los días para hacer frente a los minerales que perdían.

Un día las balsas se toparon con un barco, y como su tripulación se percató de la situación de los marinos de la expedición huancavilca, el capitán ordenó que se les regalaran latas de comida, botellas de vino y cigarros. Con estos víveres pudieron comer un día como en los restaurantes lujosos de la tierra.  

El único contacto que las balsas guardaban con el mundo era a través de equipos de radio, los cuales sólo eran utilizados para comunicarse a la tierra cada tercer día, y en caso de que ocurriera algún desastre o emergencia.

TORMENTA DE DESESPERACIÓN

Aunque los navegantes tenían algunos conocimientos para predecir el clima y el flujo de las olas, muchas veces la incertidumbre era quien tenía la última palabra. A veces las tormentas y las corrientes lo arrastraban con violencia, mientras que otras sucedía que pasaban hasta semanas sin moverse. Entre más semanas transcurriían, la vida se volvía más complicada, los marinos comenzaron a enfermar y a mostrar señales de cansancio; incluso el chango que viajaba en Aztlán junto con Jorge empezó a mostrar su desesperación: cuando por alguna razón no le daban de comer, él tomaba medidas represivas, las cuales casi siempre consistían en aventar al mar los víveres o utensilios de los marineros.

Algunos animales marinos también fueron un obstáculo, durante casi todo el tiempo tuvieron que lidiar con tiburones y ballenas que frecuentemente los acosaban. Sin embargo, el momento más sufrido de la expedición fue cuando una de las balsas, Guayaquil, se perdió en una tormenta que provocó olas cuya altura superaba los 10 metros. No se supo de su paradero durante cinco días, y a los familiares de los marinos nunca se les dijo cuál de las balsas había estado perdida.  La historia de la balsa perdida quedó unos días como un sufrimiento misterioso.

Continuará.


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