Estoy sentada en la “oficina”, la banca donde me sentaba
diario a hacer mis tareas mientras esperaba para jugar tenis. Vengo de las ventanillas donde me entregaron
un título con tu nombre y el mío, mi cédula profesional y los mismos documentos
que hace casi cinco años entregué en las ventanillas de avenida del Imán.
¿Por qué pasas tan rápido?, le pregunto al tiempo. Siento como si apenas hubiera sido ayer aquel
día que me perdí en tus caminos porque era nueva y no conocía las rutas del
Pumabús. Pienso un momento y siento que el frío recorre mi cuerpo, un frío que
se convierte en calor. Crecí, apenas me voy enterando.
Tengo ganas de llorar y no puedo hacerlo. Antes de llegar aquí pasé por los pastos
sobre los que me acostaba a escuchar el sonido de la tarde con mi novio, por la
biblioteca en la que descubrí a los pensadores que formaron mi pensamiento, por
las canchas en donde entrenaba tenis diario, por el Cybarium –el restaurante
barato en donde comía diario-, por donde compraba mis miles de tazas de café, por todos esos lugares que diario
visitaba y que hoy parecen ser parte de otra época.
Veo mi título con
calma, lo leo una y otra vez: me casé contigo bajo el juramento de “hasta que el
título nos separe”, y el momento de separarnos llegó. Observo los árboles, las ardillas y me siento
me orgullosa de ser algo de ti.
Te veo con cariño UNAM linda, nunca te había visto así;
hasta ahora sólo habías sido mi escuela y ya, pero ahora te percibí como un
miembro de mí, como algo inmenso de lo que yo también formo parte.
¿Cómo te pagaré lo que me has dado?. Me respondo a mi misma con
las palabras que sé que tú me dirías: trabajando diario con amor, defendiendo la garra con la
que nos sellas a todos los que vamos a la “universidad del pueblo”, trabajando para
poner el ejemplo a los demás que ahí estudian, sacando el “espíritu puma” en
cada tarea de la vida.
Te prometo que así lo haré, pero aún así regresaré a darte
lo que me has dado y más. Me diste mucho y eso te mereces. Admiro tu fuerza y
tu valor, ver cómo aún eres la mejor a pesar de todas las piedras que te
detienen.
Te quiero y siempre te querré, estaré siempre para ti y para tu gente que es la mía; y aunque tengas alma laica, toda la vida le pediré a Dios que te bendiga, Universidad de México.