miércoles, 20 de febrero de 2013

Los Miserables

Ayer fui a ver una película que se basa en un musical de Broadway, que a su vez toma su argumento de uno de mis libros favoritos: Los Miserables de Víctor Hugo, una obra del romanticismo que me dejó marcada de por vida.   En la vida, he leído ese libro dos veces: una a los 15 años y otra a los 21, y pienso seriamente volverlo a leer pues en las dos ocasiones que lo leí, cambió drásticamente mi forma de ver la vida.

La primera vez me impactó: yo no sabía que existiera en la vida tanto dolor, a veces dejaba la lectura por algunos días debido al sufrimiento que me causaba la vida que llevan algunos de los personajes, necesitaba tiempo para digerir emociones tan intensas.   Sentí que mi vida era hermosa a comparación de la de Fantine o de Jean Valjean, que no debía quejarme nunca y que debía dar gracias por haber nacido en la época y situación en las que nací.

Recuerdo que lo estaba leyendo en un torneo de tenis mientras esperaba mi turno para entrar a la cancha, y en ese momento pasaba por las páginas en las cuales Hugo narra la batalla de Waterloo, en la cual Napoleón perdió.  Nadie en la historia de la literatura ha hablado de Napoleón con tanta admiración y belleza como lo hace Hugo, tal vez pueda sólo Beethoven con la composición de “La Heróica” competir con él.   De ese pasaje de “Los Miserables”, aún tengo grabado en mi mente un párrafo: Napoleón “... no hacía nunca guarismo por guarismo, la suma dolorosa de los pormenores; los números le importaban poco, con tal que diesen este total: victoria. Si el principio salía mal, no se alarmaba por esto, porque se creía dueño y poseedor del fin; sabía esperar poniéndose como fuera de la cuestión, y trataba al destino de igual a igual. Parecía decir a la suerte <<No te atreverías>>".

Entré a la cancha poco después de leer ésto, empecé perdiendo, el marcador se puso 5-1 en mi contra, perdí el primer set y entonces recordé el párrafo de Hugo; en ese momento supe que los números no importaban, y muy despacio y con paciencia el marcador se volcó a mi favor y gané el partido.   
Hay muchas frases y párrafos de “Los Miserables” que copié en un cuaderno, algunas las memoricé y hasta la fecha me persiguen, como aquella en la cual dice “no preguntéis su nombre a quien os pide asilo. Precisamente quien más necesidad tiene de asilo es el que tiene más dificultad en decir su nombre”.
La segunda vez que leí “Los Miserables” fue diferente, de ser Jean Valjean y Cosette mis personajes favoritos, ahora el maldito inspector Javert ocupó esta posición. ¿Por qué si es el malo del cuento? Se preguntarán algunos.   Porque Javert no era malo, era bueno en exceso, tenía una bondad que lo embrutecía, su sed de justicia era la herencia de una infancia trágica.  Terminé admirando su perseverancia y celo con el que defendía su profesión.

En esa segunda lectura  aprendí a ver a las personas de otro modo: dejé de catalogar a las personas en buenas y malas de acuerdo a mi criterio y empecé a verlas a partir de su propia perspectiva, desde sus zapatos como se dice en el habla popular.

Ayer que vi en el cine la película,  el recuerdo de todas estas sensaciones y pensamientos volvieron a mí.  Me dio gusto que en la industria del cine aún exista gente que le interese revivir esas historias para presentárselas al pueblo; seguro habrá algunos que después de ver la película comprarán el libro, y si leen por lo menos algunas de sus páginas  apreciarán mucho de su forma y de su fondo: conocerán el lenguaje bello y preciso de Hugo, y de seguro pescarán algunas palabras que lleguen a lo más profundo de sus sentimientos, y tal vez marquen su vida para siempre.