viernes, 30 de agosto de 2013

Carta a México



México:



Lo que siento por ti es la prueba de que es posible amar y odiar intensamente a alguien al mismo tiempo. Amo con todo el corazón a tus colores, a tus aves y a tus flores, pero odio con toda la fuerza de mi ser la corrupción de tus políticos, la inutilidad de tus instituciones y la desidia de tus hombres.



Cuando veo el amanecer sobre tus playas me siento bendecida, también al escuchar el Huapango de Moncayo o cuando le doy el primer bocado a una quesadilla de flor de calabaza. Eres una tierra con sabor y tradiciones, con sonrisa que enamora y ojos que cautivan.  Decir que te amo es poca cosa, pues también admiro cada piedra que levanta tus pirámides, la sabiduría de tus ancestros y los tesoros que guardas debajo de tus suelos.



Sin embargo, esta belleza que adoro está manchada por el odio que dentro de mi surge cada vez que escucho un discurso de tus políticos mediocres, de tus gobernantes cínicos, de las mismas élites que no dejan de saquear el oro de tus arcas y de los mismos ladrones que siguen abusando del mayor de tus tesoros: tu inocencia; esos cínicos siguen aprovechándose de la misma ingenuidad con la que tus antiguos pobladores creyeron que Cortés era Quetzálcoatl.



México, esa inocencia es la que te hace pensar que eres pequeño, cuando eres del tamaño de las naciones a quienes ves grandes, tienes la misma fuerza de aquellos a quienes te sometes y te entregas. 



México cree en ti, y si no puedes haz como que crees y terminarás creyendo, haz como que eres aquello que quieres ser y te convertirás en eso.  No dudes de tu gente, pues ha sufrido y eso la ha hecho fuerte, dile que se levante contigo y deje de escuchar a quienes mienten, pues son las mentiras la droga que a tus hombres mantiene inmóviles.



Será difícil curar los daños que les han dejado las mentira pues se les ha mentido siempre: sólo saben mentiras de tu vida; mentiras mantienen vivas a tus instituciones, son el elíxir que mantienen vivos a tus políticos, y también es mentira la historia que de ti conocen.



México, me cuesta trabajo ver tus heridas porque lloro, algunas aún están abiertas a carne viva, mientras que otras ya se han convertido cicatrices que has de llevar sobre la piel toda la vida: en tu frente hay una, en tus pies otra; son tan viejas que hasta nombre tienen; una se llama Rio ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽l toda la vida. e tienen; una se llama R tus pies otrarices que has de llevar sobre la piel toda la vida. ío Bravo y otra Suchiate, ambas todavía te duelen y se abren cada vez que alguien las pisa se hunde sobre la sangre que de ellas brota cada instante.



Veo cicatrices en tus bosques y tus playas, en tus desiertos  y en tus selvas, en tus pueblos perdidos entre las montañas y en los barrios que resguardan tus ciudades. Son marcas que no se borran y la única forma de aprender a vivir con ellas es amarlas, perdonar a quienes las han trazado, pues perdonar significa aprender a vivir con cicatrices.



México perdona a los desconocidos que llegaron a esclavizar a tus hombres y a violar a tus mujeres; cuando lo hagas podrás superar la vergüenza de tus hijos, dejarán atrás los complejos de ser “hijos de la chingada” y “siervos de los dioses”, pues no tienen que seguirlo siendo. 



Perdona a los mercenarios que malbarataron tu riqueza, pues si sigues lamentando lo perdido no podrás ver que aún te queda mucho. Perdona a los historiadores que tergiversaron tu pasado y a muchos de tus empresarios que estafan a tu gente, pues finalmente también son hijos tuyos.  Y a mi también perdóname: por decirte que perdones cuando yo no lo he hecho, por maldecirte cada vez que entro a alguna de tus oficinas de gobierno, y por no hacer nada para limpiar tus heridas y borrar tus cicatrices.



México, sólo me queda decirte una cosa: gracias, por ser la patria de mis padres y de mis ancestros, por ser la tierra de Amado Nervo y de Nezahualcóyotl, de Octavio Paz y de Sor Juana, y  de muchos otros hombres  y mujeres que desde la Eternidad aún te aman y te cuidan, como en este momento lo hago yo, tierra donde se unen la Luna y el Sol.





Andrea

miércoles, 21 de agosto de 2013

El tenis y la vida



Reflexiones sobre el extraordinario mundo del tenis aplicadas al ordinario mundo de la vida

Tantos años en el tenis han derribado las paredes de mi mente para convertirla en una cancha donde se siguen sus mismas reglas y procedimientos. Sí‚ así es mi cabeza‚ cuadrada pero espaciosa‚ sin medias tintas: si es fuera es fuera‚  si entra es dentro aunque sea en línea. 


Mi pensamiento de la vida diaria también ha tomado prestada el lenguaje del deporte blanco: cuando tengo cosas muy complicadas en el trabajo y hay que dar más del ciento por ciento pienso que “me toca contra el sembrado uno” ‚ de esas veces que tienes que dar todo y sin importar lo que suceda‚ ganes o pierdas‚ significa una victoria.


Cuando tengo que hacer cosas sólo por compromiso‚  muy fáciles o “de trámite” son días en los que digo “ya pasé de bye” ‚ pero eso no significa que me echaré en la hamaca y no haré nada‚ sino que aprovecharé esos lapsos de para descansar y recuperarme de las tareas pesadas.

Todo en mi cabeza se mueve como una pelota por la que hay que correr‚ dejar de hacer un esfuerzo y quedarte parado por un instante puede hacerte perder mucho‚ y tal vez no recuperarlo nunca. Hay que devolver todo‚ pero con inteligencia‚ cada golpe con la profundidad y efecto que necesita‚ pues si pegas siempre todo igual el contrario sabrá leerte.


Hay veces que incluso a la gente le respondo en palabras de tenis: el otro día mis papás me preguntaron sobre cómo voy en mi trabajo y les respondí: “igual‚ sigo devolviendo todo y en algún momento tendré la oportunidad de abrir la cancha y ganar”.


El tenis me ha enseñado muchas cosas: a no creer en las apariencias y a tratar a la persona que está frente a mí como igual. Con no creer en las apariencias me refiero a que siempre debemos ver más allá de lo que las personas visten o llevan consigo: las mejores raquetas‚ una maleta gigante y la ropa de la última playera de Federer no te hacen mejor que alguien que llega con una raqueta vieja en la mano y ropa comprada en el primer Soriana que encontró. Las cosas que realmente hacen la diferencia son el talento‚ la mentalidad…‚ la garra.


Por otro lado‚ cuando digo que el tenis me enseñó a tratar a quien está frente a mí como un igual significa que todos tenemos derecho a ganar‚ puede que no tengamos el nivel o preparación para hacerlo‚ pero el derecho siempre está.  Cuando juegas torneos profesionales y no tienes ranking pero te toca enfrentar a alguien top-200 tienes que pensar así: yo también tengo pies‚ manos y raqueta‚ por lo que puedo jugar contra ella  y aunque no le gane el partido‚ puedo ganarle algunos puntos y aprovechar la oportunidad de estar a su nivel. 


En esta situación el respeto no existe‚ porque si respetas lo más seguro es que bajes tu nivel y salgas perdiendo aplastado sin poder una sola bola‚ pero si te mentalistas a que eres igual y puedes dar lo mejor de ti‚ aunque pierdas‚ lo harás como un ganador.


Ahora cuando trato con personas que saben más que yo o tienen más experiencia así pienso: dejo a un lado los “rankings” y me arriesgo‚ cuestiono a las personas cuando tengo la oportunidad de hacerlo y expreso mis opiniones aunque las golpeen como si fueran una bola fácil que bota lenta a la mitad de la cancha.  Y si esto sucede no me aflige‚ en el siguiente punto puedo recuperarme y tirar una bola que los deje sorprendidos y parados en el fondo.



Tal vez algunos piensen que estoy muy clavada con el tenis‚ pero más bien es el tenis quien se quedó clavado en mí‚ es a este juego a quien le agradezco mi carácter y la forma de ser de mi persona. Sin embargo‚ es a mis padres a quienes siempre les agradeceré su apoyo ‚ pues sin él nunca hubiera podido conocer la magia de este deporte.













sábado, 17 de agosto de 2013

El mal de la conciencia

La desesperación  que siento cada vez que leo la primera plana de un periódico o abro la aplicación de noticias de mi celular es tal vez la responsable de mis muchos dolores de estómago  y noches de desvelo. Ver morir a diario gente por culpa de las guerras y las agrupaciones criminales, sin que yo pueda hacer absolutamente nada  para evitarlo produce lágrimas que lloran hacia dentro de mi ser.

Sé que la distancia o la costumbre a veces funcionan mecanismos de defensa para evitar el sufrimiento, para que no nos preocupemos y sintamos a esos muertos como víctimas de otra realidad que no nos pertenece. Pero en mí no han funcionado, sufro casi igual cuando leo que han muerto personas por culpa de los bombardeos en medio oriente que cuando me entero de la hermano de una amiga.

Alguna vez en mi vida decidí ya no leer periódicos y evitar las noticias para dejar descansar mi mente y corazón de la tragedia, pero a los pocos días me sentí irresponsable, si poco se puede hacer estando informado, menos puede resolverse si uno se tapa los ojos.  Entonces regresé a las noticias.

Ahora, lo único que hago algunas veces para amortiguar mi sufrimiento es ver las cosas con humor, hacer chistes o dibujar caricaturas; pero sé que tampoco ayuda mucho.

Esto es sólo una de las razones que me hacen vivir desesperada  y con gastritis permanente. Hay muchas otras: me desespera que la gente tire basura donde no debe hacerlo, que los niños sigan bebiendo coca-cola y engordando, que las alcoholeras y tabacaleras sigan haciendo de las suyas y cada vez lleguen a consumidores más pequeños sin que a nadie le importe, que sigan existiendo prácticas y costumbres a expensas de animales inocentes, que los empresarios cuyas ganancias provienen de recursos naturales sigan destrozando el planeta sin detenerse a pensar un solo segundo en las consecuencias de sus negocios; están preocupados por heredar  grandes imperios cuando es posible que sus nietos no puedan llegar a disfrutar de esta riqueza, pues aunque seguro les dejarán dinero, tal vez no les dejen mundo.

Todo esto y más cosas me desesperan, y aunque a veces me siento afortunada de tener esta sensibilidad que no me permite ver los problemas del planeta con indiferencia, otras muchas me resulta agotador; la conciencia cansa, desgasta y más aún cuando te das cuenta que el trabajo de cada día no alcanza para cambiar mucho.

Si por alguna razón has caído a leer esta entrada es porque seguramente también estás infectado por el mal de la conciencia, tal vez se manifieste en ti con síntomas distintos, pero seguramente lo padeces. Así que quiero pedirte un favor: deja de tomar ibuprufeno mental, asume tu dolor y conviértelo en energía para hacer algo, no sé qué, pero estoy segura de que tú si sabes, escucha a tu propio llamado de la selva y síguelo, elige tu causa y defiéndela, vivir y morir es igual de bueno cuando se hace por lo que defienden juntos tu cerebro y tus intestinos.

Si tu causa es defender la supervivencia del oso polar es importante que te pongas a trabajar ahora, si tu misión es enseñarles las personas los valores de una creencia o religión también hazlo, trabajar por el mundo es un oficio en donde todos somos colegas y respetamos nuestras acciones.

Lo importante es abrir los ojos, ya lo dije: dejar los analgésicos de mente y corazón que desde niños nos acostumbran a tomar: videojuegos, deportes, drogas, compras  y todas esas cosas que nos distraen de nuestra verdadera realidad para que no hagamos nada.  Es hora, o más bien es tarde, así que todos a chambear.








viernes, 2 de agosto de 2013

Tragedia: Morir de 20 y enterrarte de 80.




Dicen que las personas hoy en día se mueren a los veinte pero los entierran a los ochenta, o bueno, eso fue lo que me dijo un profesor de la universidad. Cuando escuché la frase me llegó al alma, o tal vez más allá: a la conciencia; se refería a que a esa edad la gente comienza a posponer sus sueños, a olvidar las ilusiones, a concentrarse en sus necesidades, dejan de  vivir para sí mismos y entregan su esencia a cambio de un futuro aún inexistente, éste sólo significa el conjunto de presentes que se mueren cada día.

Así pasan los años, la vida se va a segundo plano, lo único importante comienza a ser el monto disponible en las tarjetas de crédito y la resolución de los problemas urgentes, bien decía Quino en voz de Mafalda: "Muchas veces lo urgente no deja tiempo para lo importante", y así es: nos la pasamos corriendo para llegar a donde tengamos a ir, para entregar a medias los pendientes del día, para pagar lo que debemos, para quedar bien con la gente sin preguntarnos antes si todo ese esfuerzo es lo que realmente queríamos hacer con nuestra vida.  Símplemente nos morimos, los ideales rebeldes pero humanos y vivos de la adolescencia se despiden.  Dicen que ésto es madurar, pero yo no lo creo, no creo que llegar a la adulta signifique comprar un traje de mediocridad que todos usan y que sirve para ocultar almas y cuerpos moribundos que únicamente deambulan por la realidad.

Sí, esa frase me dejó pensando demasiado; es un hecho que necesitaba oirla, que alguien me hiciera conciente de que los días pasan, se desvanecen y hay que aprovecharlos. Hay que seguir soñando, imaginando, y ayudar a hacerlo a quienes no lo hacen, a éste mundo no le faltan ilusiones, le faltan personas que vivamos para ellas.