lunes, 31 de diciembre de 2012

Gracias a todos por este año



Qué rápido se pasa la vida, otro año se termina y creo que ha sido el más corto que he tenido en mucho tiempo. Hoy solo pienso en eso y lo único que se me ocurre escribir es una carta de agradecimiento a aquellos que estuvieron conmigo, pero fueron tantas personas en diversos aspectos de mi vida que prefiero mencionarlos por separado.

En primero lugar quiero darles las gracias a Richard y a Jimena Groenewold, con quienes trabajo todos los días en Gtenis, fue un año de mucho trabajo que compartieron conmigo y me dieron la oportunidad de apoyarlos en lo que se pudo cada día.  

En el aspecto del tenis -deporte en donde aún sigo compitiendo- logramos muchas cosas, y digo logramos porque no hice todo sola, le debo mucho al profesor Octavio Vázquez de la UNAM, a Juan Pablo Ferreiro con quien he estado entrenando y mejorando, a Marina Vieto, mi psicóloga, y a Demian, mi novio quien siempre está conmigo en las buenas y en las malas que se viven en ese deporte: gracias a ellos logré ganar el Estatal de Universidades del CONDDE del DF, calificar a la Universiada Nacional y avanzar dos rondas, ganar mi cuarto torneo interfacultades de la Universidad y ganar tres etapas del Circuito Amateur del Distrito Federal. También le agradezco mucho a Raquel Contreras por estar siempre al pendiente de mis partidos en los torneos internacionales, y aunque en ellos no me fue muy bien creo que hubo juegos que valieron la pena.

En el aspecto académico le tengo mucho agradecimiento a la doctora Francisca Robles, quien me ha estado apoyando y carrereando en el proceso de la tesis, así como otros profesores a quienes también agradezco mucho sus críticas y correcciones, como Xochitl Sen, Paula Guerrero, Anna Laura Montiel, entre otros.

Por otro lado, también debo dar las gracias a la gente del Fondo de Cultura Económica con quien trabajé realizado mi servicio social, pues lo que me enseñaron no tiene precio: a Rosalba González, a Uriel Alcántara y a mis compañeras: Mitzi, Paulina y Areli.

También quiero agradecer mucho a mis amigos, hermanos y familiares por haber estado conmigo este año, espero poder haber aportado algo a sus vidas durante este periodo; no menciono a uno por uno porque ellos conforman una larga lista de nombres, pero estoy segura de que cuando lean ésto se encontrarán aquí fácilmente porque saben muy bien quienes son.  

Muchas gracias también a las niñas que comparten conmigo la casa de Acordada 99, a las hermanas que tienen que soportarme todos los días, y sobre todo a mis padres, quienes por un año más estuvieron detrás de mí apoyándome, amándome incondicionalmentesacándome de apuros y pagando puntualmente mi sueldo de hija, espero haberles cumplido.  

A todos, muchas gracias por este año. 

sábado, 29 de diciembre de 2012

Una guía para superar el autoengaño


Mentiras estúpidas que las mujeres se dice a sí mismas / Amy Ahlers



Casi nunca compro libros de superación personal pero el otro día vi uno que llamó mi atención. Estaba realizado mis últimas horas de servicio social en el Fondo de Cultura Económica acomodando libros y ese de repente saló y me escogió; tiene una portada color rosa con dos mujeres en caricatura platicando y se titula así: “Mentiras estúpidas que las mujeres se dicen a sí mismas”.

Decidí abrirlo y hojear unas páginas y me topé con el capítulo correspondiente a la Mentira #13: La autocrítica es efectiva así como la solución para eliminar este pensamiento de nuestras vidas: ¿cuántas veces hemos dicho que si no somos lo suficientemente duras con nosotras mismas de seguro nos volveremos un fracaso o una perdición? Nos decimos cosas estúpidas como “si no me regaño yo ¿quién lo hará?” o “si no me pongo límites ¿quién lo hará?”. Pero cabe ahora preguntarnos ¿realmente necesitamos regañarnos o poneros limites para no ir directo al hoyo?

El libro parte de señalar que todas las mujeres tenemos una harpía interior: una especie de bruja que nos regaña, nos critica, nos hace sentir de la fregada, etcétera. El primer paso es identificarla, saber como ese personaje y darle cuerpo y nombre.

A partir de allí la estructura se divide en ocho partes que clasifican todas las mentiras y estupideces que las mujeres nos decimos en categorías: mentiras sobre lo que vales, sobre el cuerpo y el cuidado personal, sobre el éxito, sobre el dinero, sobre el amor y las relaciones sentimentales, sobre la autenticidad y sobre el espíritu.

Obviamente no todas las mentiras aplican por igual para todas las personas: habrá quienes se digan unas y quienes se digan otras, pero de seguro por lo menos se identificaran con alguna de las premisas.

La autora del libro es Amy Ahlers, quien se dedica al coaching desde hace varios años después de haber dejado su trabajo como vendedora de bienes raíces; y de hecho en el libro se presenta como una entrenadora que nos ayudará a superar nuestros propios juicios y mentiras para extraer a la superestrella que vive dentro de nosotros.

Algunas de las mentiras que se presentan en el libro junto con su remedio apaciguante son las siguientes:

  • No soy suficiente
  • Soy un fraude total
  • No pertenezco
  • Si no fuera por mí, nadie haría nada
  • No estoy a la altura
  • Cuando obtenga_______, seré feliz
  • Soy demasiado_______ [gorda, delgada, fea, plana, alta]
  • No debo pedir apoyo ni ayuda si no estoy en crisis
  • Si digo “no” desagradaré a la gente
  • Lo intentaré
  • La única manera en que lograré algo, será trabajando sin descanso
  • Si amas a alguien debes estar dispuesta a hacer sacrificios

Así como estas vienen muchas más mentiras ¿te queda alguna?

viernes, 28 de diciembre de 2012

Propósitos de año nuevo que no sé si cumplire(mos)



¿Para qué perder el tiempo elaborando listas de propósitos de año nuevo? Mejor copia y pega esta lista en la puerta de tu refrigerador. Aplica para todos los mexicanos (o para casi todos):

1.- Dejar de desayunar tamal con conchas diario y expulsar a la Coca Cola de la hora de la comida, y así contribuir a que mi país deje de estar en los primeros lugares en el ranking de obesidad.

2.- Evitar comprar el café en Starbucks, de comer los fines de semana en McDonalds y de pedir pizzas en Domino´s, y mejor preparar el café en mi casa (no Nescafé), comprarle la hamburguesa al de la esquina y pedir la pizza en una pizzería X, eso beneficia al mercado nacional y así dejamos de regalar nuestro dinero a las transnacionales, creanme que no lo necesitan.

3.- Dejar de juzgar a las personas por el coche que traen, por si son morenos o güeros y así destruir poco a poco los prejuicios que impiden el progreso.

4.- Utilizar menos el automóvil y caminar más, utilizar el transporte público o andar en bicicleta. La gasolina está muy cara para desperdiciarla en tonterías.

5.- Utilizar el dinero sabiamente y dejar de gastarlo en bodas o fiestas de quince años, mejor invertirlo en algún fondo de ahorro o en la educación de los hijos. Las fiestas siempre se terminan (y no siempre bien) pero el dinero bien utilizado se queda con nosotros.

6.- Apagar la televisión y salir a correr o leer algún libro (así disminuimos un poco el poder de las televisoras y contribuimos a cumplir el propósito número 1).

Hay muchos más propósitos pero quedan pendientes para el próximo año debido a que ya con estos tenemos suficiente trabajo; pero si alguien considera que hay alguno igual o más importante que deba incluir, por favor agréguelo a modo de comentario.  Saludos y feliz año 2013.  

Acerca de mí



Yo, señoras y señores, aunque no nací ahí, me gusta decir que soy de Lomas de Cocoyoc, porque es donde crecí. Un lugar que no es ni ciudad ni pueblo, pues a pesar de ser tranquilo y silencioso, no goza de la austeridad del campo, al mismo tiempo que su aire cosmopolita no viene acompañado de la cultura y el ritmo citadinos. Es un pequeño paraíso color verde decorado por un cielo azul que podría ser referido como la epitome de una pulcritud casi perfecta. Durante los meses de verano se ve jugar sobre las bardas de las casas blancas al espíritu rebelde de las joviales buganvilias, mientras que en invierno, caen desmoronándose sobre los pastos, las hojas blancas que dan cuerpo a las flores de los cazahuates. Pocas veces lo llamamos por su nombre, generalmente le decimos sólo Lomas, o simplemente Cocoyoc, lo cuál a veces resulta confuso debido a que a cinco minutos existe un pueblo con ese mismo nombre. Sobre nuestras ventanas se dibujan los volcanes, el Popocatépetl y el Itzaccihuatl, y aunque el primero de éstos está aún vivo, los rostros de ambos se encuentran cubiertos por el hielo.

Yo soy la sexta hija de mi padre, pero la primera de mi madre. Soy el fruto de la unión de una pareja tan dispareja que aún no entiendo como fue que pudo engendrar dos hijas sin que el objetivo fuera participar en un experimento o unir sus vidas bajo el contrato de un matrimonio convenido. Flores y Ramírez, esos apellidos me tocaron, y aunque sé que nada revelan del origen o de la personalidad de mis antepasados, a mí me gustan, Es muy poco lo que sé de aquellos a quienes debo la existencia de mis abuelos, y por lo tanto, de mis padres, sólo sé, y por vagas referencias familiares, que por mis venas corre sangre tapatía mezclada con guerrerense y jarocha, así como con vestigios de la de algún judío que llegó a México seguramente hace un siglo, y que entró en alguna de las aristas de mi familia ya después de haberse despojado de su nombre semita.

Nací en el año de 1990, en el día de Santa Eulalia, dos días antes de San Valentín, entre el ajetreo que causa a los floricultores y vendedores de chácharas con forma de corazón el día en que tienen que vender todo lo que no venden en un año. Mis primeros pasos los di gracias a la ayuda de una caja, a la que aún echo la culpa de haberme adentrado en el vicio de caminar sin que antes me hubiera preguntado sí dominaba los conocimientos básicos para ejercer el arte de gatear.

Fui a la escuela como una niña normal. Llegaba todos los días con mi mochila, mi uniforme y mi cabello largo despeinado, exactamente igual a como lo tengo ahorita. Ocupaba un pupitre y escribía sobre un cuaderno, pero sólo cuando era absolutamente necesario copiaba los apuntes. Casi nunca ponía atención, me la pasaba imaginando cosas que no venían al caso con las clases y jugando con los lápices de colores como si fueran muñecas Barbie. Mi mejor amiga de la infancia fue la soledad, con nadie recuerdo haber jugado más horas que con ella, juntas componíamos canciones y redactábamos poemas. Ella trasladó a mi alma su adicción por las letras y por las ideas, así como su gusto por ese género de música en el que el único instrumento que participa es el silencio. Junto con ella emprendí el proyecto de la fundación de un periódico redactado a mano y con letra espantosa de niña de primera, se llamaba “Escrúpulos del futuro”. Era mi medio de expresión, allí me quejaba de mi hermana, criticaba achaques de la casa, las manías de mis familiares, y retrataba los sucesos importantes que incluían las riñas intrascendentes de mis padres. Fue allí donde me enamoré del periodismo, de esa profesión que consiste en llevar a la mesa las verdades de cada día. Desde ahí nunca he dejado de escribir, lo he hecho en otro periódico que también yo inventé, que se llamaba “Horizonte”, en las revistas escolares, en mi diario, en los pupitres rayados, en los blogs y en todo lo que tenga espacio para un gramo de información acompañado de medio kilo de inspiración.

Sin embargo, no soy de esas personas que les gusta entregarse a una sola cosa, de esas que pueden pasar días enteros haciendo lo mismo sin sudar una gota de aburrimiento. No, yo soy de esas que les gusta dividir los días en pedacitos para después reacomodarlos junto con fragmentos de alucinaciones para que al final quede un mosaico de actividades y pensamientos que le dieron a cada jornada una esencia diferente. Ésta es la razón por la que, aunque amo escribir, estudiar y estar viendo de qué cosa extraña me entero, no es lo único que he hecho, pues también he dedicado muchas horas a otras cosas, como el aprendizaje del piano, los problemas matemáticos, con los que he tenido una relación de amor casi platónico, y sobre todo, con un deporte que llegó a convertirse en mi mejor amigo y maestro de la vida: el tenis. Comencé a jugar cuando tenía como diez años, y desde ese entonces mi existencia ha estado regida por sus reglas, y es a él a quien le debo tantas cosas que sé que no podría pagarle aunque firmara un pagaré que se venciera en la eternidad. Gracias a él he recorrido el país de lado a lado varias veces en medio del ajetreo de los torneos y los entrenamientos, he conocido a mis mejores amigas, a mi novio, y a muchas personalidades interesantes que les ha ido mejor que a mí y que ya figuran en las listas de los torneos Grand Slam. Pero lo más importante, es que las canchas fueron el salón en el que se celebró aquella fiesta en el que la vida me presentó conmigo misma, ahí me conocí y me di cuenta de que ya el tenis me había hecho a su forma, ya me había dejado marcada con su sello, con ese algo en común que llevamos las personas que andamos en ese deporte.

Cuando terminé la preparatoria en Lomas de Cocoyoc a los 18 años, tuve que enfrentarme a la angustiosa situación de no saber que hacer; ahí no hay universidades, por lo que era un hecho que me tendría que ir. Vi la posibilidad de conseguir una beca deportiva en alguna universidad estadounidense, pero no le encontré mucho sentido, pues era una realidad que si cruzaba la frontera no sería para entrar a alguna institución de abolengo como Yale, Harvard, MIT o algo así, sino a alguna escuela “del montón” que necesitara de una jugadora con mis características y que quisiera patrocinar mi educación a cambio de tenerme jugando y estudiando bajo presión. Sabía que no quería eso, el problema era que me faltaba saber que era lo que realmente sí quería, las opiniones familiares me confundían y sólo me hacían bolas. Cómo no decidía nada concreto, el entorno decidió por mí y entré al Tecnológico de Monterrey campus Cuernavaca a la carrera de comunicación con una beca deportiva que no me convenía del todo pero que aparentaba ser una solución para estudiar cerca de mi casa y en una institución que presumía de prestigio. Pero me estaba engañando, y lo peor era que lo sabía, no me gustaban ni la universidad ni su sistema, no encajaba en su ideal de que todos los alumnos tienen que ser iguales. Me resultaba tedioso eso de estar todo el día encerrada en aulas hermosas que sólo son el escenario de clases aburridas. Así que decidí salirme e inscribirme en el siguiente concurso para ingresar a la UNAM, que por ser noviembre sólo ofrecía la posibilidad de aplicar para sistema abierto, situación que no me pareció relevante porque, a decir verdad, siempre había soñado con estudiar sola, a mi ritmo y en mis horarios. Desde el día que vi que había pasado el examen mis días han estado llenos de una felicidad que no había conocido antes, y que creo que se trata de un sentimiento que sólo entendemos las personas que hemos vivido el ambiente de esta Universidad, pues aunque no tengo que asistir a clases diario,casi  todos los días voy  a la escuela. En las primeras horas de la mañana siempre estoy disponible para quien me busque en las mesas de estudio de la Biblioteca Central o de la Facultad, algunas veces consigo asistir a alguna conferencia que sea alrededor del medio día, acerca del tema que sea, para después irme a un área de Ciudad Universitaria donde ya formo parte del paisaje cotidiano: las canchas de tenis, allí entreno con el equipo representativo todos los días hasta eso de las cuatro.

Puedo decir que mis días son demasiado felices, a veces creo que no merezco que lo sean tanto, sobre todo cuando trato con gente de mi edad, que por más que lo intenta, no logra hacer lo que le gusta por razones de las que ni siquiera son culpables. Simplemente amo vivir, y si escribir significa revivir lo que ya estamos viviendo, es algo que amo aún más, por eso es que lo hago y quiero hacerlo de por vida. Tal vez lo único que me hace falta es que las mañanas estuvieran conformadas por un mayor número de horas, para así tener más tiempo que dedicarle a una de mis pasiones escondidas que últimamente he tenido algo descuidada: las matemáticas, aunque cuando no tengo tiempo de visitarlas, me conformo con contemplarlas cada vez que percibo un objeto con los ojos. También me hacen falta las horas necesarias para leer el periódico completo cada madrugada, para entender mejor lo que me dejan leer en la escuela, ojalá las obras de los clásicos pudieran asimilarse como las cápsulas que contienen medicinas, pero sí así fuera, todo el cosmos que representa el paraíso universitario de libros y eruditos se resumiría a la triste fachada de una farmacia, totalmente ajena a la inspiración que produce el sentimiento de ver una biblioteca y sentir la impotencia soñadora que deriva del inalcanzable deseo de querer saberlo todo.





domingo, 19 de agosto de 2012