La desesperación que siento cada vez que leo la primera plana
de un periódico o abro la aplicación de noticias de mi celular es tal vez la
responsable de mis muchos dolores de estómago
y noches de desvelo. Ver morir a
diario gente por culpa de las guerras y las agrupaciones criminales, sin que yo
pueda hacer absolutamente nada para evitarlo
produce lágrimas que lloran hacia dentro de mi ser.
Sé que la
distancia o la costumbre a veces funcionan mecanismos de defensa para evitar el
sufrimiento, para que no nos preocupemos y sintamos a esos muertos como
víctimas de otra realidad que no nos pertenece. Pero en mí no han funcionado,
sufro casi igual cuando leo que han muerto personas por culpa de los bombardeos
en medio oriente que cuando me entero de la hermano de una amiga.
Alguna vez en mi
vida decidí ya no leer periódicos y evitar las noticias para dejar descansar mi
mente y corazón de la tragedia, pero a los pocos días me sentí irresponsable,
si poco se puede hacer estando informado, menos puede resolverse si uno se tapa
los ojos. Entonces regresé a las
noticias.
Ahora, lo único
que hago algunas veces para amortiguar mi sufrimiento es ver las cosas con
humor, hacer chistes o dibujar caricaturas; pero sé que tampoco ayuda mucho.
Esto es sólo una
de las razones que me hacen vivir desesperada
y con gastritis permanente. Hay muchas otras: me desespera que la gente
tire basura donde no debe hacerlo, que los niños sigan bebiendo coca-cola y
engordando, que las alcoholeras y tabacaleras sigan haciendo de las suyas y
cada vez lleguen a consumidores más pequeños sin que a nadie le importe, que
sigan existiendo prácticas y costumbres a expensas de animales inocentes, que
los empresarios cuyas ganancias provienen de recursos naturales sigan
destrozando el planeta sin detenerse a pensar un solo segundo en las
consecuencias de sus negocios; están preocupados por heredar grandes imperios cuando es posible que sus
nietos no puedan llegar a disfrutar de esta riqueza, pues aunque seguro les
dejarán dinero, tal vez no les dejen mundo.
Todo esto y más
cosas me desesperan, y aunque a veces me siento afortunada de tener esta
sensibilidad que no me permite ver los problemas del planeta con indiferencia,
otras muchas me resulta agotador; la conciencia cansa, desgasta y más aún
cuando te das cuenta que el trabajo de cada día no alcanza para cambiar mucho.
Si por alguna
razón has caído a leer esta entrada es porque seguramente también estás infectado
por el mal de la conciencia, tal vez se manifieste en ti con síntomas
distintos, pero seguramente lo padeces. Así que quiero pedirte un favor: deja
de tomar ibuprufeno mental, asume tu dolor y conviértelo en energía para hacer
algo, no sé qué, pero estoy segura de que tú si sabes, escucha a tu propio
llamado de la selva y síguelo, elige tu causa y defiéndela, vivir y morir es
igual de bueno cuando se hace por lo que defienden juntos tu cerebro y tus
intestinos.
Si tu causa es
defender la supervivencia del oso polar es importante que te pongas a trabajar
ahora, si tu misión es enseñarles las personas los valores de una creencia o
religión también hazlo, trabajar por el mundo es un oficio en donde todos somos
colegas y respetamos nuestras acciones.
Lo importante es
abrir los ojos, ya lo dije: dejar los analgésicos de mente y corazón que desde
niños nos acostumbran a tomar: videojuegos, deportes, drogas, compras y todas esas cosas que nos distraen de
nuestra verdadera realidad para que no hagamos nada. Es hora, o más bien es tarde, así que todos a
chambear.
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