sábado, 17 de agosto de 2013

El mal de la conciencia

La desesperación  que siento cada vez que leo la primera plana de un periódico o abro la aplicación de noticias de mi celular es tal vez la responsable de mis muchos dolores de estómago  y noches de desvelo. Ver morir a diario gente por culpa de las guerras y las agrupaciones criminales, sin que yo pueda hacer absolutamente nada  para evitarlo produce lágrimas que lloran hacia dentro de mi ser.

Sé que la distancia o la costumbre a veces funcionan mecanismos de defensa para evitar el sufrimiento, para que no nos preocupemos y sintamos a esos muertos como víctimas de otra realidad que no nos pertenece. Pero en mí no han funcionado, sufro casi igual cuando leo que han muerto personas por culpa de los bombardeos en medio oriente que cuando me entero de la hermano de una amiga.

Alguna vez en mi vida decidí ya no leer periódicos y evitar las noticias para dejar descansar mi mente y corazón de la tragedia, pero a los pocos días me sentí irresponsable, si poco se puede hacer estando informado, menos puede resolverse si uno se tapa los ojos.  Entonces regresé a las noticias.

Ahora, lo único que hago algunas veces para amortiguar mi sufrimiento es ver las cosas con humor, hacer chistes o dibujar caricaturas; pero sé que tampoco ayuda mucho.

Esto es sólo una de las razones que me hacen vivir desesperada  y con gastritis permanente. Hay muchas otras: me desespera que la gente tire basura donde no debe hacerlo, que los niños sigan bebiendo coca-cola y engordando, que las alcoholeras y tabacaleras sigan haciendo de las suyas y cada vez lleguen a consumidores más pequeños sin que a nadie le importe, que sigan existiendo prácticas y costumbres a expensas de animales inocentes, que los empresarios cuyas ganancias provienen de recursos naturales sigan destrozando el planeta sin detenerse a pensar un solo segundo en las consecuencias de sus negocios; están preocupados por heredar  grandes imperios cuando es posible que sus nietos no puedan llegar a disfrutar de esta riqueza, pues aunque seguro les dejarán dinero, tal vez no les dejen mundo.

Todo esto y más cosas me desesperan, y aunque a veces me siento afortunada de tener esta sensibilidad que no me permite ver los problemas del planeta con indiferencia, otras muchas me resulta agotador; la conciencia cansa, desgasta y más aún cuando te das cuenta que el trabajo de cada día no alcanza para cambiar mucho.

Si por alguna razón has caído a leer esta entrada es porque seguramente también estás infectado por el mal de la conciencia, tal vez se manifieste en ti con síntomas distintos, pero seguramente lo padeces. Así que quiero pedirte un favor: deja de tomar ibuprufeno mental, asume tu dolor y conviértelo en energía para hacer algo, no sé qué, pero estoy segura de que tú si sabes, escucha a tu propio llamado de la selva y síguelo, elige tu causa y defiéndela, vivir y morir es igual de bueno cuando se hace por lo que defienden juntos tu cerebro y tus intestinos.

Si tu causa es defender la supervivencia del oso polar es importante que te pongas a trabajar ahora, si tu misión es enseñarles las personas los valores de una creencia o religión también hazlo, trabajar por el mundo es un oficio en donde todos somos colegas y respetamos nuestras acciones.

Lo importante es abrir los ojos, ya lo dije: dejar los analgésicos de mente y corazón que desde niños nos acostumbran a tomar: videojuegos, deportes, drogas, compras  y todas esas cosas que nos distraen de nuestra verdadera realidad para que no hagamos nada.  Es hora, o más bien es tarde, así que todos a chambear.








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